viernes, 27 de julio de 2007

EL MOMENTO MÁS ESPERADO

De madrugada, cuando todavía estaba oscuro,
Jesús se levantó y salió de la ciudad
para ir a orar a un lugar solitario (Mc 1,35)
.
Heme aquí, Señor, ante ti.
Vengo a este encuentro contigo
a hacer mi oración y pienso:

Qué fácil es la oración
si no la mueve un por qué,
si no se lleva una cruz
hueca y monótona es.

Vendré de servir a mi hermano,
de haber roto mis sueños vanos,
satisfecho cual siervo inútil
que sólo cumple con su deber.

Entonces tendré la fuerza
y el valor de enfrentar mis días,
me harás ver el sentido y la gloria
que encierran todas mis quejas.

Y de cada oración,
que prefiero llamar encuentro,
juntos haremos
el momento más esperado.

NO ES TIEMPO DE LAMENTOS

Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, repártelo entre los pobres y tendrás un tesoro en los cielos. Luego ven y sígueme (Lc 18,22)


No es tiempo de lamentos
por lo que no se pudo hacer,
sino de creer y arriesgar
en abrir el camino
que aún queda por andar.
.
No entendía este vacío
cuando nada me faltaba,
ni el por qué de la inquietud
que mis noches desvelaba.

Hasta cuándo entenderé
que es verdad que no se tiene
hasta que no se comparte,
que el Espíritu nos mueve
donde no se ha hecho del mundo
meramente vanidad.

Te doy gracias mi Señor
por este santo orgullo
que me tiene aún de pie
y por tu voz divina, aquella,
que a través del tiempo se oye,
manteniendo su frescura
y sembrando la inquietud:

¡Ven y sígueme!

HE PERDIDO MIL BATALLAS

Pero este tesoro lo llevamos en vasija de barro,
para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria
procede de Dios y no de nosotros (2 Co 4,7)

He perdido mil batallas
y quizás pierda otras mil,
unas veces por torpeza
y otras más por negligencia.

Pero el consuelo tengo
de decirle a este demonio
que me acosa día a día
y que a palos me ha molido:

Quien último ríe, ríe mejor.
Podré perder muchas batallas,
pero jamás, jamás la guerra.
¡Siempre me verás de pie!
Jesucristo me hace fuerte,
¡demonio, yo te venceré!

OASIS DE MI DESIERTO

Mi alma está sedienta de ti, como tierra reseca,
agostada, sin agua (Sal 62,2)

En el desierto de mi azarosa vida
por fin vine a dar contigo, Oasis,
descanso a mis desvaríos,
los que agotaron mi savia
hasta no ser árbol marchito
que cede sus hojas secas
al soplido del viento.

Tu torrente de agua viva
repone mis muy desgastadas fuerzas,
por ir tras los espejismos
que deslumbraron mis pensamientos.

Tus manantiales refrescan la aridez de mi alma
y sanas las grietas de mi corazón,
por donde, a causa de tantos desengaños,
supuraba el hálito divino
cual humo que lentamente agoniza.

De primavera hoy viste mi cara
que endureció el invierno frío
por querer ganarlo todo
sin necesidad de nadie.

Señor mío y Dios mío,
Oasis de mi desierto.

Ahora entiendo que,
tras la fatiga de cada jornada,
tus huellas fueron en la arena hundidas,
cuando, en la soledad inmensa,
en tus brazos, paso a paso me sostenías.

¿QUIÉN ES ESTE HOMBRE?

El capitán romano, que estaba frente a Jesús, al ver que este había muerto, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios (Mc 15,39)
.
¿Quién es este Hombre
que a clavos sus manos selladas,
de culpas nos ha liberado
y que a cambio de ofensas vanas
caricias da por consuelo?

Con picos sus pies atados
nos mueve a estar en camino,
llevando las buenas nuevas
y desatando las cadenas.

Despojado de sí mismo
y cubierto de flagelos,
la vida ganó perdiéndola
y su divinidad recobró siendo,
tan sólo, verdaderamente humano.

Por su frente llovió la sangre
y en rescatar la oveja perdida
no escatimó trenzado quedar de espinas.

De su costado abierto
la humanidad nueva ya brota:
una Eva redimida,
cuyos retoños son presagios
de esperanza, justicia y paz.

Muriendo mató la muerte
y cual semilla sembrada
brotando bajo la tierra
resucitó en rescate de quienes
en lo más hondo morían.

¿Quién es este Hombre
que unas veces me cautiva
y otras tantas me incomoda?

En los crucificados de hoy lo he visto,
quienes por toda miseria humana
la vida nos dan amando y amando nos dan la vida.