lunes, 23 de agosto de 2010

UN DÍA SIN JESÚS

Era ya de noche y Jesús no había llegado
a donde estaban ellos (Jn 6,17)

Me subí a mi propia barca,
navegaba muy seguro.
Tu Palabra me auguraba
todo un día sin apuro.

Cuando iba atardeciendo
me sentía satisfecho,
y de ti me fui olvidando
al amparo de mis logros.

Y la noche se me vino
sin haberla presentido,
con los vientos desatados
y el estruendo de las olas.

De terror sobrecogido
lamenté mi triste suerte.
Derrumbado de lo alto
nadie hacía por mi vida.

Pero en medio de lo oscuro
tu silueta brilló intensa,
amainaron viento y olas
y me vi en la tierra firme.

En mi barca ahora te llevo
porque tú mi vida llevas,
y al menor oleaje dices:
“Heme aquí, no tengas miedo”.

CONVERSIÓN

Pero lo que entonces consideraba una ganancia,
ahora lo considero pérdida por amor a Cristo (Flp 3,7)

Soy llevado, soy traído,
obedezco un ciego impulso.
Como un títere me veo
con quien alguien se divierte.

Una máscara me puse
y escondí todos mis miedos.
Aprendí a ser como todos,
a vivir de la apariencia.

Pero en lo hondo de mi alma
yo gemía entre cadenas,
y mi espíritu penaba
sin hallar consuelo alguno.

Como ahora a ti te tengo
veo que nada me hace falta.
Lo que me era tan querido
ante ti llegó a ser nada.

Desataste mis cadenas
y mis miedos espantaste.
Ni una deuda me dejaste,
Tú por mí pagaste todo.

En la lucha me venciste,
mi soberbia hiciste llanto,
cuando al fin caí en la cuenta
que por mí tu vida diste.