lunes, 23 de agosto de 2010

UN DÍA SIN JESÚS

Era ya de noche y Jesús no había llegado
a donde estaban ellos (Jn 6,17)

Me subí a mi propia barca,
navegaba muy seguro.
Tu Palabra me auguraba
todo un día sin apuro.

Cuando iba atardeciendo
me sentía satisfecho,
y de ti me fui olvidando
al amparo de mis logros.

Y la noche se me vino
sin haberla presentido,
con los vientos desatados
y el estruendo de las olas.

De terror sobrecogido
lamenté mi triste suerte.
Derrumbado de lo alto
nadie hacía por mi vida.

Pero en medio de lo oscuro
tu silueta brilló intensa,
amainaron viento y olas
y me vi en la tierra firme.

En mi barca ahora te llevo
porque tú mi vida llevas,
y al menor oleaje dices:
“Heme aquí, no tengas miedo”.

No hay comentarios: